viernes, 9 de octubre de 2009

Jardines de Epicuro...

A veces me detengo a pensar sobre el motivo de mi pensar. Pero cuanto más indago, más me convenzo de que no es lo fundamental el origen, sino la meta propuesta, y aún más, las transformaciones que sufro en el camino.


Anhelo voler a esa filosofía que compromete la vida del filósofo, una forma de pensar que se haga carne. Una visión del mundo que transforme al observador. ¿Hay otra manera de escapar a esa filosofía reducida a historia de la filosofía?

Leer un texto no como un conocimiento acabado, como fin en sí mismo, sino fagocitarlo, incluírlo en mí, convertirlo en una herramienta más para construir (y destruir). Pero que mi crear no se limite a una nueva conceptualización, que no se confine a mi propio ser.

Deseo que mi ser se expanda, vivir a través de mis actos, y que mis actos sean el reflejo de mis reflexiones. Sin certezas, sin dogmas, arrogádome el derecho de poder equivocarme por el mero hecho de estar vivo.
¿Pero es esto posible? ¿Cómo vivir de acuerdo con mi pensar? ¿Sólo queda el mendigar si no se está de acuerdo con un sistema enfermizo de esclavitud enmascarada?

Aún no lo sé. Por lo pronto, me cansé de esperar la anhelada revolución salvadora. Nunca habrá tal cosa. Pero mis nervios no soportan la quietud. Paseo por las plazas, por las calles. Converso con la gente, la escucho, intento que me escuchen. Si la filosofía aún no puede cambiar la forma de vivir, ¡que cambie al menos la forma de pensar!

Y de todas formas, guardo los petates en un bolso bajo la cama, siempre tentado de dar el paso final...

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