Es curioso el fenómeno que ocurre al tratar de definir los valores de una cultura. Valores que tal vez algún día tuvieron algo de validez y verdad, pero que ahora sólo son las pruebas de una disociación acto-discurso.
“Honor”, “Justicia”, “Libertad o Muerte”. ¿Qué significan estas palabras en nuestras bocas? Si alguien las utiliza para hablarme de sus valores, me recuerda a un niño que repite una oración, sin saber de qué me habla.
Los antiguos ideales parecen obsoletos o, peor aún en los tiempos que corren, poco prácticos, poco útiles. Las personas ya no se juzgan por su valor intrínseco, como fines en sí mismos, sino por su utilidad como medios para mis propios fines. El sujeto convertido en objeto, he ahí el libre mercado utilitarista.
Y en esta concepción del mundo ¿Cómo propugnar grandes valores inmutables? Hay que ser pragmáticos, hay que adaptarse al mercado. Y ya nadie apuesta al caballo perdedor…
Por eso para definir nuestra cultura y las ideas que realmente guían nuestros actos, debemos partir de los actos cotidianos y preguntar, ¿por qué?
No creo entonces que podamos enarbolar la bandera de “Libertad o Muerte”, “Tiranos Temblad” o “La Garra Charrúa”. Nunca vi a ningún hijo de vecino luchar por eso. Pero si he visto, una y otra vez, que somos la cultura del “atalo con alambre, que el domingo lo arreglo”.
Dejarlo para después, evadir las responsabilidades, patear la pelota para adelante. Desde el padre de familia al dirigente político, no veo una sola frase que defina tan bien nuestra cultura. Quedarnos en la chiquita, robarnos el vuelto del mandado y seguir sonriendo como niños haciendo una travesura.
¿Es esto una crítica, o una catarsis expiatoria? No lo sé, a veces me duele mi propia mediocridad, pero por ahora mis ideales, ataditos con alambre, no me abandonan del todo.
De todas formas, ya me decidí, el Lunes empiezo la dieta espiritual.
El Vagabundo
Hace 5 años
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