martes, 2 de diciembre de 2008

Algunas personas tratan al conocimiento como si se tratara de algo acabado, terminado, inmutable y eterno. Pero, ¿es esto posible?


Las palabras de los antiguos y modernos ya están escritas, sus letras no transmutarán en otras y seguirán, imperecederas, bajo la misma forma. Sin embargo, cada persona lee algo distinto en ellas. Nuestra visión dista de ser pura, se halla viciada de prejuicios, ideas y toda Una gama de conceptos previos que fuimos adquiriendo a lo largo de nuestra vida. Todo el tiempo percibimos el mundo a través de un tamiz mental que filtra, selecciona, y trastoca el “mundo empírico”.

Así que olvidemos la objetividad, ese mito obsoleto que intenta tapar el sol con un dedo.

Por otra parte, ¿cómo aprender si no es a través de la práctica constante? El conocimiento hecho carne a través de actos, de ideas que concebimos, de preguntas y de respuestas. Redefinir el mundo de acuerdo a nosotros, he ahí el libre albedrío.
Concedo entonces que el conocimiento, tomado como entelequia, como concepto inmaterial e inaprehensible, sea estático. Pero en los hechos, el conocer es un acto dinámico, una lucha constante entre nuevos y viejos esquemas, sólo resoluble por nuestra capacidad de adaptar nuevas respuestas a viejas preguntas.

Tomar el conocimiento como un acto volitivo, como un deseo del sujeto cognoscente, nos resitúa también frente al aprendizaje. Memorizar textos (y las pautas evaluativas que promueven esta interiorización mecánica) no nos lleva más allá que a un estado de inacción, como a un fisicoculturista en estado vegetativo. ¿Qué es la teoría, sin la praxis? Necesitamos discutir, indagar, discernir por nuestros propios medios aquello que se nos presenta. ¡Basta ya de la papilla intelectual! Quiero que mis fauces mentales aprendan a devorar ese bloque monolítico que me presentan los “doctos profesores”. No dudo de su capacidad analítica, pero sí dudo de su capacidad para despertar en mí ese genio…

Dejemos entonces de arrodillarnos frente a marmóreos obeliscos de saber, tomemos a los antiguos, desmoronémoslos, y tomando sus pedazos, construyamos nuestros propios monumentos. No concibo mejor loa para un filósofo que el saberse capaz de engendrar en otros nuevas ideas. La destrucción activa, más allá de la simple negación nihilista, es el paso previo a toda verdadera creación.

Considero esta una forma realista de entender el aprendizaje. Ensayo y error a un nivel intelectual más “elevado”. Práctica constante, y no sólo un mero reflejo de palabras ajenas.

No hay comentarios: