lunes, 5 de enero de 2009



Queda claro ante cualquier persona que se plantee seriamente la cuestión moral que una ética personal e introspectiva, que pretenda definir algo como "bueno" o "malo" de acuerdo a las intenciones originale del actor moral, es insuficiente al momento de juzgar actos ajenos. Y esto es así simplemente porque la mente humana es uno de los mecanismos más perfectos de justificación. Casi cualquier acto puede ser justificado, máxime si se trata de un error nuestro. Es imposible escapar desde una postura tan relativista a la conclusión de que, según el punto de vista del que se justifica, el acto fue "éticamente correcto".

Entonces, si bien el desarrollo de una ética personal es deseable desde el punto de vista nietzscheniano de la emancipación espiritual, que nuestra propia conciencia sea la única encargada de pesar en la balanza resulta escandalosamente ineficaz.

Una vez descartada esta opción, sólo queda abierta la posiblidad de juzgarnos según nuestros actos, las acciones que efectivamente realizamos. Vale aclarar que en esta categoría también incluyo los actos de habla o de expresión en cualquiera de sus formas.

Dicho juicio (el de nuestros actos) no necesariamente debe ser llevado a cabo por terceros, siempre y cuando nosotros mismos seamos poseedores de la suficiente objetividad y capacidad de autocrítica para poder evitar las justificaciones absurdas. Es decir, poder contrastar nuestros actos efectivos con aquellos actos idealizados que desearíamos haber realizado, de acuerdo a nuestra propia escala de valores.

Gran parte de esta "proposición ética" deriva de la concepción de que, mientras nuestros sentimientos, pensamientos e intenciones pertenecen a un mundo interior inefable e inescrutable para el resto de los seres vivos, nuestros actos interactúan directamente con el "mundo empírico"" y dejan huellas (y cicatrices) comprobables por nosotros mismos o por cualquiera que esté interesado.

Tomemos, entonces, nuestras intenciones como guías de acción. Pero al momento de juzgar, serán los hechos los que tengan la última palabra.

No hay comentarios: